Segun Aristoteles (I)
Según Aristóteles, el ser humano es una única sustancia compuesta de alma y cuerpo, que se relacionan como forma y materia, y, por tanto, como acto y potencia. El alma es, pues, el principio que anima al cuerpo. Esta concepción del hombre parece negar la inmortalidad del alma, pues la considera inseparable del cuerpo.
Cree que el bien supremo del hombre es la felicidad. Ésta es la
máxima virtud. Pero a diferencia de su maestro Platón, para quien el Bien es
único, la felicidad (o el bien en Aristóteles) consiste en el ejercicio perfecto
de cada actividad propia del hombre. En este sentido, hay muchos tipos de
bien, unidos cada uno de ellos a una virtud distinta. Es necesario partir de la
experiencia propia y de los hechos para alcanzar el máximo grado de
perfección y virtud en cualquier actividad. De este modo, se alcanza la
felicidad o la bondad, a la que se llega por muchos caminos.
Durante el período helenístico, las distintas corrientes éticas mostraron sus
diferencias con respecto al tema del bien. En el estoicismo, el bien
representa la virtud más alta. Ésta se consigue viviendo de acuerdo con la
Naturaleza, a la que consideran un Todo ordenado y racional. Para alcanzar el
bien o la virtud han de evitarse por completo las pasiones (dolor, temor,
placer, deseo sensual) mediante el autodominio y la ataraxia (o
imperturbabilidad del ánimo). En el terreno del conocimiento, es posible ser
virtuoso o bueno a través de la epojé o suspensión del juicio.
Algo muy distinto piensan otras escuelas de esa época, como el hedonismo o
el epicureísmo. El hedonismo considera que el bien es la satisfacción del
placer sensual, mientras que el epicureísmo considera que la felicidad del
hombre consiste en la búsqueda del placer, un placer moderado que se
consigue obrando ‘con buen cálculo’. No elegimos cualquier placer, sino que a
veces evitamos placeres porque de ellos se deriva un dolor mayor. De acuerdo
con esto, todo placer es por naturaleza un bien, pero no todo placer ha de ser
aceptado.
El bien dentro de la moral cristiana también presenta distintos aspectos. En
pensadores como San Agustín o Santo Tomás, el fin último del hombre es la
contemplación de Dios. Dios representa el máximo Bien y la más alta Verdad,
de modo que una persona se hace virtuosa en la medida en que se aproxima al
conocimiento de lo divino (...)
En la época moderna, la reflexión sobre el bien plantea el problema ético que
consiste en saber si los valores morales –entre ellos la idea del Bien- son
naturales (y, por consiguiente, innatos y esenciales al ser humano) o si, por el
contrario, son convencionales y fruto del acuerdo entre los hombres. Esta
discusión estuvo ya presente entre Sócrates y los sofistas. De acuerdo con este
planteamiento, algunos autores del XVIII, como Condillac, creen que por
naturaleza algunos hombres sufren ante el dolor ajeno y se complacen con los
placeres de los demás, por lo que cabe decir que son buenos o benevolentes.
Así, el bien depende de una sensibilidad connatural al ser humano. También
Rousseau cree que el hombre es por naturaleza bueno, pero es la sociedad el
que lo pervierte y distorsiona. De ahí que sea necesario regresar al ‘estado de
naturaleza’ original en el que la humanidad es ajena a las injusticias e
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